domingo, febrero 15, 2009

Boff mira la crisis



La crisis económica que se nos viene encima es menos grave, creo, que una de sus excrecencias: la delincuencia. Por incapacidad, porque uno sólo es inventor de narraciones y no sociólogo ni economista ni profesional de la politología (esa especialidad que ahora puede ser considerada como neochamanismo, sentido común expresado con cara de profundidad), apelo a otros que viven de escudriñar los pliegues de la realidad para sacar luego conclusiones orientadoras. Uno de esos observadores para mí confiables es, desde hace muchos años, el ex franciscano Leonardo Boff. De él encontré hace algunos días un artículo que, puesto como telón de fondo, enmarca perfectamente el estado de las desgracias regionales.
Boff, brasileño nacido en 1938, es filósofo y fue uno de los principales promotores de la llamada “teología de la liberación”. Sus posiciones, la mayoría de signo radical y profundamente crítico, lo llevaron poco a poco a tener encontronazos con el vaticano, lo que a la postre derivó en su decisión de colgar los hábitos. En su palmarés figura la publicación de más de cien libros, conferencias en las mejores universidades del mundo y varios reconocimientos.
Como tantos, quizá como todos en nuestro país, he tratado de hallar una explicación más o menos sencilla a los aires de brutalidad que ahora soplan. No encuentro la cuadratura, pero la intuición me orilla a pensar que el gran culpable es una especie de megatendencia de pensamiento, una manera de ser global que nos llevó a preferir, sin filtro humanístico ninguno, la cultura de la individualidad y el lujo estéril, el apego perruno a lo superficial y el desprecio de cualquier gesto solidario. Si detrás de todo está el afán voraz de poder económico, ¿qué podíamos esperar ahora que la lumbre llegó a los aparejos? Boff lo explica muy bien. Recomiendo que lo leamos (“El hoyo perfecto”):
Ignacio Ramonet, director de Le Monde Diplomatique y uno de los más agudos analistas de la situación mundial, llamó a la actual crisis económico-financiera “la crisis perfecta”. Putin, en Davos, la llamó “la tempestad perfecta”. Yo por mi parte la llamaría “el hoyo perfecto”. El grupo que compone la Iniciativa Carta de la Tierra (M. Gorbachev, S. Rockfeller, M. Strong y yo mismo, entre otros) advertía hace años: “no podemos continuar por el camino ya andado, por más llano que se presente, pues más delante se encuentra un hoyo abismal”. Como un estribillo lo repetía también el Foro Social Mundial, desde su primera edición en Porto Alegre en el año 2001.
Pues bien, ha llegado el momento en que el hoyo ha aparecido. Dentro de él han caído grandes bancos, fábricas tradicionales, inmensas corporaciones transnacionales. Fortunas personales de miles de millones de dólares se han unido al barro de su fondo. Stephen Roach, del banco Morgan Stanley, también afectado, confesó: “Se equivocó Wall Street. Se equivocaron los reguladores. Se equivocaron las agencias de evaluación de riesgo. Nos equivocamos todos”. Pero no tuvo la humildad de reconocer: “Acertó el Foro Social Mundial. Acertaron los ambientalistas. Acertaron grandes nombres del pensamiento ecológico como J. Lovelock, E. Wilson y E. Morin”.
En otras palabras, los que se imaginaban señores del mundo —hasta el punto de decretar alguno de ellos el final de la historia—, que sostenían la imposibilidad de toda alternativa y que en sus concilios ecuménico-económicos promulgaron los dogmas de la perfecta autorregulación de los mercados y de la única vía, la del capitalismo globalizado, han perdido ahora todo su latín. Andan tan confusos y perplejos como un borracho por una calle oscura. El Foro Social Mundial, sin orgullo pero con sinceridad, puede decir: “nuestro diagnóstico era correcto. No tenemos todavía la alternativa pero una cosa es segura: este tipo de mundo ya no tiene capacidad para seguir y proyectar un futuro de inclusión y de esperanza para la humanidad y para toda la comunidad de vida”. Si continúa, puede poner fin a la vida humana y herir gravemente a la Pachamama, la Madre Tierra.
Sus ideólogos tal vez no crean ya en dogmas y se contenten con el catecismo neoliberal, pero andan buscando un chivo expiatorio. Dicen: “No es el capitalismo en sí el que está en crisis. Es el capitalismo de corte norteamericano que gasta un dinero que no tiene en cosas que la gente no necesita”. Uno de sus sacerdotes, Ken Rosen, de la Universidad de Berkeley, por lo menos ha reconocido: “El modelo de Estados Unidos está equivocado. Si todo el mundo utilizase el mismo modelo, nosotros ya no existiríamos”.
Hay aquí un engaño evidente. La razón de la crisis no está solamente en el capitalismo estadounidense como si hubiera otro capitalismo correcto y humano. La razón está en la lógica misma del capitalismo. Ya J. Chirac y una gama considerable de científicos han reconocido que si los países opulentos situados en el Norte quisiesen generalizar su bienestar a toda la humanidad, necesitaríamos por lo menos tres Tierras iguales al actual.
El capitalismo es, por su propia naturaleza, voraz, acumulador, depredador de la naturaleza, creador de desigualdades y sin sentido de solidaridad hacia las generaciones actuales y mucho menos hacia las futuras. No se le quita la ferocidad a un lobo haciéndole algunas caricias o limándole los dientes. El lobo es feroz por naturaleza. Igualmente, el capitalismo, poco importa el sitio donde se realice, ya sea en Estados Unidos, en Europa, en Japón o en Brasil, cosifica todas las cosas, la Tierra, la naturaleza, los seres vivos y también a los humanos. Todo forma parte del mercado, y de todo se puede hacer negocio. Este modo de habitar el mundo regido solamente por la razón utilitarista ha cavado el hoyo perfecto. Y ha caído en él.
La cuestión no es económica. Es moral y espiritual. Solo saldremos del hoyo a partir de otra relación con la naturaleza, sintiéndonos parte de ella y viviendo la inteligencia del corazón que nos hace amar y respetar la vida y a cada ser. De lo contrario, continuaremos en el hoyo en el que el capitalismo nos ha metido.