domingo, enero 18, 2009

Fervor de “Guitarra negra”



Busqué ayer el eco periodístico mundial sobre el vigésimo aniversario luctuoso de Alfredo Zitarrosa. El mejor camino para hacer ese sondeo es, hoy, el Google, y grande fue mi sorpresa al ver que los resultados referían casi exclusivamente a medios uruguayos y argentinos. Salvo uno, el primero en la lista arrojada por el más poderoso buscador de la web: mi texto de ayer ocupó el sitio inicial en la búsqueda mundial de “Zitarrosa” por el lado del Google (lo guardé, para conservarlo en mi egoteca internética). Eso sí me enorgullece, pues le debía al cantor uruguayo un texto de agradecimiento y lo hice a tiempo, tanto que coincidió con las magníficas notas que le dedicaron, por ejemplo, en Clarín y Página 12, ambos de Buenos Aires.
Dije ayer que todo o casi todo Zitarrosa es memorable. El respeto que cosechó y que sobrevive no se basa sólo en el prestigio que esculpe en mármol la nostalgia, sino en la poderosa vigencia de sus composiciones y en la prestancia de una voz que hizo todavía más grandes los versos que enunció. De todo, dije y remarco, “Guitarra negra” (1977) es y será lo mejor, y conste que es difícil destacar de Zitarrosa algo que visiblemente brille sobre lo demás, dado que su producción es de muy pareja excelente calidad. Pero “Guitarra negra” está más allá, lejos de tantas obras suyas y ajenas, en un punto indeterminado de la belleza y el compromiso musical, poético y humano. En estricto sentido no es una canción, sino un poema en prosa recitado con leve acompañamiento de bolero raveliano. Su fuerza está en la música de las palabras, en el acento convencido que trasmiten desde su mismo arranque: “Cómo haré para tomarte en mis adentros, guitarra... Cómo haré para que sientas mi torpe amor, mis ganas de sonarte entera y mía. Cómo se toca tu carne de aire, tu oloroso tacto, tu corazón sin hambre, tu silencio en el puente, tu cuerda quinta, tu bordón macho y oscuro, tus parientes cantores, tus tres almas, conversadoras como niñas... Cómo se puede amarte sin dolor, sin apuro, sin testigos, sin manos que te ofendan... Cómo traspasarte mis hombres y mujeres bien queridos, guitarra; mis amores ajenos, mi certeza de amarte como pocos...”.
Dividida en partes irregulares, los “motivos” van variando hasta completar un cuadro general y al mismo tiempo íntimo, la realidad de afuera y de adentro sometida al escrutinio del cantor: “Ahí se va alzando, como un pesado pingajo, atrapada por la pata por un gancho que le salta arriba, que la alza por un ojal abierto en el garrón de un cuchillazo en plena estupidez sentimental, en plena media tonelada de monstruoso dolor, incomprensible, absurdo, balando, plañidera y tonta, como un escarabajo que no piensa, mientras medita lentamente por qué duele tanto y por qué duele qué parte de quien que es ella misma, la res, abierta al descuartizamiento atroz por todas partes, que nunca habían dolido y que eran tantas partes, tan extensas. Y que pastando nunca había dolido... Haciendo leche, esperma, músculos, crin y cuero y cornamenta viva que eran la vida misma manando hacia sus adentros, vibrando tiernamente como un sol cálido hacia sus adentros... Y nunca habían dolido... Ya está colgada... Las patas delanteras se enderezan, se endurecen y avanzan hacia adelante y hacia arriba, implorantes y fatalmente rígidas, rematadas en cortas pezuñas que hace un instante amasaban el barro del corral, el estiércol de otros cien balidos, dinosaurios del siglo de las máquinas, nacidos para morir de un marronazo... Ahora ya es carne azul colgada en la heladera: ‘Uruguay for export’... Aquella res, que murió de un marronazo, cayó y tembló todo el frigorífico... Aquella otra res que recibió el marronazo en plena frente, de dos dedos de espesor, mientras entraba al tubo desconfiando porque allí no había pasto, alcanzó a comprender que había otra res delante, balando, que ya se la llevaba el gancho... Y cayó detrás también, y el cemento tembló bajo esos huesos... Aquella otra res, que esquivó el marronazo y que cayó también, con un ojo reventado y una guampa partida, deshecha, también cayó y tembló la tierra, tembló el marrón, tembló el marronero; la res murió temblando de dolor y de miedo... De un marronazo en plena frente, ‘for export’ del Uruguay...”
El poeta, horrorizado ante el espectáculo gris y mortal de la ciudad, observa: “La mariposa viene hacia mí en la calle, en el aire húmedo, por el aire húmedo bailando, por el aire agobiante, ominoso, bailando en el aire caliente... Y yo vi que no era a mí a quien buscaba, sino a la muerte... Y que no buscaba la muerte también vi, porque no era mariposa de la ciudad de hierro, ni nacida para eso... Sino que era mariposa nada más, en la ciudad, presa y ya muerta de antemano, fatalmente... buscando en ese bailar loco y frágil un ala, un grano, una pizca de polen en el cemento... Porque la mariposa nace y no aprende nada hasta que muere en cualquier sitio, herida de muerte por su semana justa, por su tiempo preciso, por su sorbito de vida, ya bebida... Eso no es tan triste... Triste es ver su cadena de huevos en el hollín, depositados junto a un río de aceite, a la sombra de las altas paredes de cemento... Su cadena de huevos de seda...”.
Y al final, unido como puño en un párrafo inmortal, el remate de “Guitarra negra”, el gesto irrenunciablemente solidario del cantor: “Hago falta... Yo siento que la vida se agita nerviosa si no comparezco, si no estoy... Siento que hay un sitio para mí en la fila, que se ve ese vacío, que hay una respiración que falta, que defraudo una espera... Siento la tristeza o la ira inexpresada del compañero, el amor del que me aguarda lastimado... Falta mi cara en la gráfica del pueblo, mi voz en la consigna, en el canto, en la pasión de andar, mis piernas en la marcha, mis zapatos hollando el polvo, los siete ojos míos en la contemplación del mañana... Mis manos en la bandera, en el martillo, en la guitarra, mi lengua en el idioma de todos, el gesto de mi cara en la honda preocupación de mis hermanos”.
A veinte años de su muerte, Alfredo Zitarrosa está más vivo que nunca y sus ojos siguen contemplando hacia el futuro, siempre hacia el futuro.