domingo, enero 11, 2009

El doctor Cándido Ortiz



Voltaire, acaso el más famoso de los ilustrados franceses, publicó hace exactamente 250 años, en 1759, una de sus obras más celebradas: Cándido o del optimismo (Candide, ou l'Optimisme). Es, lo sabe cualquiera, un relato que satiriza al optimismo leibniziano: los personajes Pangloss y Cándido emprenden una larga travesía y encaran infortunios de toda laya. Para burlarse, Voltaire hace afirmar a su Pangloss-Leibniz una frase que ya ocupa un lugar sagrado en el museo de la literatura universal: “Todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles”. Se trata, pues, de una burla dirigida contra esos seres que ven tempestades y no suelen hincarse.
Pero no es de literatura de lo que quiero tratar en estos párrafos siempre apremiados, aunque aprovecho el viaje para mandar un afectuoso saludo a Voltaire donde quiera que se encuentre, sea el infierno o la Nada absoluta. Recordé al Cándido ayer sábado, cuando leí la declaración de Guillermo Ortiz, gobernador del Banco de México, en el sentido de que el crecimiento cero para 2009 es “optimista”. Eso significa, traducido a buen mexicanos, que nos debemos dar por bien servidos si en este año no avanzamos ni retrocedemos, sino todo lo contrario. Lejos están, pues, los crecimientos de 7% del PIB que prometía, en sus mariguanos tiempos de alegría sin coto, Vicente Fox con su lengua de perico; ahora ya ni soñar con crecimiento, sino con, al menos, quedar tablas, aunque es obvio que el crecimiento cero es en realidad un decrecimiento, una involución.
En un escenario de tal naturaleza hay que esperar, pues, lo peor. Lo peor significa en este caso, optimistamente hablando, que “Todo sucede para bien en este, el mejor de los mundos posibles”. Sin embargo, muchos ciudadanos no entenderán estas vistosas paradojas simplemente porque no habrá tiempo para ningún deleite, ni siquiera el verbal, aunque sea gratuito: la amenaza que arrastra ese pronóstico “optimista” del crecimiento cero es, a mi juicio, la más desastrosa noticia que haya dado el gobierno desde hace meses y hasta años, dado que en ese indicador (el PIB) se ubica específicamente la diferencia entre, como gustan decir los argentinos, la civilización y la barbarie.
Crecer cero, en estos apocalípticos momentos, es echarle carretadas de leña seca al incendio de todo. Si un problema social, el que sea, era ya grave, con el crecimiento cero se tornará tal vez irreductible, al grado de que podríamos llegar a estadios de desajuste no vistos en décadas recientes. Todos estaremos de acuerdo, creo, si afirmamos que México no ha sido precisamente un modelo de desarrollo y crecimiento. Los problemas se han agudizado hasta rozar, en ciertos rubros, cotas alarmantes. La delincuencia, la poca productividad del campo, la deficiente educación, el pobre avance en materia de salud, la mezquina urbanización en muchas zonas, la migración, el aumento del desempleo, todo, en cifras, acusa deterioros. Lo curioso es que tales enfermedades se han expandido con todo y crecimiento. Es decir, pese a que el PIB se ha mantenido arriba del cero durante los doce gobiernos anteriores al actual, la realidad es carcomida por la pobreza que ha ido en aumento, aunque a velocidad variable.
Para darnos una idea sintética del crecimiento del PIB hay que recordar cada periodo presidencial, esto desde 1934 hasta 2006 (www.economia.com.mx): Lázaro Cárdenas, 4.52%; Manuel Ávila Camacho, 6.15%; Miguel Alemán, 5.78%; Adolfo Ruiz Cortines, 6.52%; Adolfo López Mateos, 6.73%; Gustavo Díaz Ordaz, 6.75%; Luis Echeverría, 6.16%; José López Portillo, 6.51%; Miguel de la Madrid Hurtado, 0.18%; Carlos Salinas de Gortari, 3.91%; Ernesto Zedillo, 3.39%; Vicente Fox, 2.32%.
Lo que se ve es claro: en todos los sexenios hubo crecimiento; insuficiente, es cierto, pero crecimiento al fin. El mayor le correspondió al sexenio de Díaz Ordaz; el menor, al de De la Madrid. La estimación de los especialistas es que, como mínimo, para tener una economía sana en necesario crecer al 6% anual, lo que extraviamos rotundamente desde 1982. Por eso, quienes saben de economía fueron los primeros que dibujaron en sus rostros una sonrisa escéptica, volteriana, cuando Fox se aventó la burrada de prometer un crecimiento de 7% en un país que ni a pujidos ha llegado al 4% en el más reciente cuarto de siglo, todo sin castigo real para gobernantes y partidos.
Decir, entonces, que no crecer en 2009 es un escenario “optimista” equivale a manejar el eufemismo con maestría de orador romano. Helena Beristáin, en su Diccionario de retórica y poética (Porrúa, 1988), define al eufemismo como “Estrategia discursiva que consiste en sustituir una expresión dura, vulgar o grosera por otra suave, elegante o decorosa, y que se realiza, según Lázaro Carreter, por una serie de variados motivos como por cortesía (llamar profesor a un músico), por respeto (decir su señora en vez de su mujer), para atenuar piadosamente un defecto (invidente en vez de ciego), por tabúes de diferente naturaleza —religioso, social, etc.— (decir amigo por amante), por razones políticas (llamar marginados a los pobres) o diplomáticas (llamar en desarrollo a los países atrasados)”. Eufemismo puro es, por ello, instalar aunque sea lúdicamente la palabra “optimista” en un terreno que se anticipa minado, tupido de alambres de púas, víboras y tepocatas, con permiso del dialecto hablado en la república de Foxilandia.
De las palabras declaradas ayer por Guillermo Ortiz me alarman, además, algunas dedicadas a comentar el papel que jugarán los bancos. No es nada halagüeño el panorama, habida cuenta de la chacaluna voracidad que han exhibido esas madrigueras para hampones de cuello blanco y entrañas renegridamente negras. Habló de incrementos en la morosidad y, como consecuencia, en la cartera vencida, así que “Mal harían en querer trasladar a los consumidores un incremento en tasas de interés”. Pues sí, ni duda cabe de que “mal harían”, pero si, como hasta ahora, nadie los detiene, lo harán para trasquilar la lana de la primera oveja que se atraviese en su pérdida de ganancias.
En fin, mientras bailábamos con Hermelinda Linda, ignorábamos que había otra comensal más fea. Pero seamos optimistas: estamos en la mejor de las pistas de baile posibles.