miércoles, octubre 08, 2008

Obra jesuita en La Laguna



Hace algunos días debatí cordialmente con un amigo de café. A una afirmación que hice sobre el origen de cierto acontecimiento ocurrido en el pasado, él respondió que la verdadera causa estaba más atrás, varios años más atrás. Bueno, le respondí, si a ésas vamos, todo origen lo podemos remitir a Adán y Eva. La anécdota, vacua en apariencia, delata uno de los principales problemas encarados por el historiador: la delimitación en el tiempo que es, junto con la del espacio, fundamental para recalar en puerto seguro, en afirmaciones que no parezcan demasiado generales y, acaso, descabelladas. Es, para acabar pronto, el cronotopos, la relación tiempo/espacio que establece todo hecho, pues nada puede estar fuera de los dos vértices: nadie puede hacer nada fuera del tiempo ni del espacio.
¿En dónde y en qué momento ubicar la conquista europea de las tierras que habitamos? ¿Cuál es su causa remota? ¿Fue el desarrollo del pensamiento en las dos antigüedades clásicas? ¿Fue expansión de Europa hacia el Oriente? ¿O la lucha contra el Islam en la Península Ibérica y la unificación de las coronas de Castilla y Aragón? ¿La Contrarreforma? ¿Qué? ¿Cuándo? ¿Dónde? Si bien todo corte cronológico es, en el fondo, arbitrario, pues toda causa humana tiene otra causa anterior, hay una mínima lógica que determina la precisión del periodo segmentado. La lógica de ese corte está presente, creo, en el libro Apuntes sobre la educación jesuita en La Laguna: 1594-2007, del doctor Sergio Antonio Corona Páez, trabajo de investigación publicado por la UIA Laguna en 2007, precisamente en el 25 aniversario de dicha institución en La Laguna y 75 aniversario de trabajo educativo de la Compañía de Jesús en Torreón.
El estudio del doctor Corona Páez excede, quizá sin querer, lo que enuncia su título, y alcanza para añadir nueva información a sus ya imprescindibles estudios sobre la Colonia lagunera. Aunque perfectamente bien delimitado su objeto de estudio, arroja luz sobre el tópico explorado y al mismo tiempo ilumina zonas importantes del pretérito lagunero que, según entiendo, todavía se muestra deficitario en materia de estudios a su época colonial. Hasta hace algunos años, las indagaciones más sobresalientes habían sido emprendidas por investigadores foráneos como Vargas-Lobsinger, por citar sólo un caso destacado. En años recientísimos, y gracias sobre todo a los trabajos de los doctores Carlos Manuel Valdés Dávila y Sergio Antonio Corona Páez, de Saltillo y Torreón, respectivamente, hemos visto emerger con mejores datos la vida novohispana en estos lares; esos estudios han venido a complementar y enriquecer el conocimiento que teníamos del sur de Coahuila, La Laguna incluida, pues la conformación de las poblaciones y la mentalidad de esta parte de México no se dio a partir de la Independencia, sino casi tres siglos atrás.
Por prejuicio (uno más de los prejuicios heredados de la educación de cuño liberal), la Colonia despertaba poco interés, y es fecha que ciertos historiadores, por ejemplo, de la Revolución Mexicana, la miren con desdén e impregnen con ideología algo que debe ser visto como mero objeto de análisis. En otras palabras, quienes abominan de los estudios coloniales desatacan con arte y maña que sus cultores desean volver a la Monarquía o añoran con toda su alma que revivan las glorias de los reyes católicos. Nada más falso, y para demostrarlo ahí está la poderosa cauda de estudios coloniales de la UNAM, institución que podrá ser acusada de todo, menos de monárquica o novohispanólatra. Contaminar, en suma, los estudios históricos de algo más que no sea deseo de conocer, es atentar contra la salud de esta disciplina urgida de exploradores, más que de soldados.
Por suerte, el doctor Corona Páez conoce las herramientas metodológicas necesarias para el buen desempeño de su oficio. Justo fue, por ello, que la UIA Laguna le encomendara la tarea de echar lupa al funcionamiento de la propuesta educativa jesuita en nuestra región durante un periodo tan largo y necesariamente difícil a medida que deben ser esclarecidos los primeros pasos de la Compañía en las tierras del Nazas. De ahí que la advertencia de la presentación no sea para tomarse a la ligera, pues como se trata de una labor específica en una zona específica en un tiempo específico, absurdo hubiera sido abordarla, me refiero a la educación jesuita en La Laguna, con los textos canónicos de Clavijero y sus adláteres. Sirven, en efecto, sobre todo para enmarcar el cuadro general del emprendimiento que la Orden de San Ignacio ha desarrollado en México, pero se quedaban obviamente cortos respecto al análisis particular del trabajo en la región lagunera. En eso se sustenta la iniciativa de consultar fuentes primarias, fehacientes todas, todas al alcance de cualquiera, que abonó lo que a la postre sería el magnífico fruto de esta investigación.
Deseo reiterar que el trabajo del doctor Corona Páez rebasa el propósito declarado en el acápite del libro. Es más que una historia de la educación jesuita en La Laguna. Al deambular por sus páginas uno encuentra datos reveladores sobre el primer hervor de los asentamientos occidentales en estas tierras, el choque de los laguneros y los primeros pobladores no nativos. Esto se debe, sin duda, a que la primera tarea de aculturación al aborigen y de enraizamiento de la mentalidad occidental fue encargada a la Compañía de Jesús, lo que devino enlace estrecho entre la obra misionera y el constructo de la identidad lagunera, todo mediado por el modelo educativo de los inspirados en la figura de San Ignacio. El periodo abordado es amplio, así que el autor no se detiene con minucia en cada momento; avanza a grandes saltos, colorea con grandes pinceladas, aunque siempre observa el cuidado de dejarnos el elemento más significativo de cada situación o subcorte en el largo camino recorrido por la Compañía en tierras laguneras. De esa forma, y vuelvo con esto al principio, el historiador nos remite a la causa remota de que dio origen a La Laguna: el paso del estado de naturaleza de los nómadas al establecimiento de una cultura que tuvo como modelo base a la europea católica, hispana, jesuita y tlaxcalteca.
Junto a La vitivinicultura en Santa María de las Parras, La Comarca Lagunera: constructor cultural y los numerosos ensayos sobre temáticas afines publicados en revistas académicas de España y América Latina, Apuntes sobre la educación jesuita en La Laguna: 1594-2007 es un libro nacido fundamental para los laguneros: he aquí otra prueba de que La Laguna no se hizo en un siglo.
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Nota del editor: texto leído ayer en el Teatro Isauro Martínez; participé en la presentación junto al autor y Felipe Espinosa Torres. Por cierto, un apunte lateral: en la ronda de preguntas y respuestas, un asistente del público, visible y audiblemente molesto, señaló la omisión de su crédito como descubridor de no recuerdo qué dato. Mencionó que él consignó cierta información en un libro. La respuesta del doctor Corona fue clara y cordial: si hay alguna omisión en cualquier trabajo histórico, justo es repararla, pues no hay investigación que no sea perfectible. El doctor Corona lamentó no conocer el libro del quejoso, y de buen grado le solicitó un ejemplar para que obre en los acervos de la UIA Laguna. El inquieto asistente, más alebrestado todavía, engallado por la mesura de su “contrincante”, retomó la palabra para decir, con ironía, que su libro está en la biblioteca del Congreso en EUA y en, al menos, diez universidades de aquel país, entre otras Harvard y Yale. Quise intervenir, pero la situación hubiera sido de una impertinencia vergonzosa: el argumento de que “su Libro” (Libro con mayúscula) está en la biblioteca del Congreso en Washington y en muchas universidades, lo que parece apantallante, es de risa. Cualquiera que haya publicado algo puede mandarlo a esos acervos y lo más probable, por no decir seguro, es que le acusen recibo y lo fichen, sin que eso quiera decir que la obra pase a convertirse en biblia de consulta masiva. Yo mismo tengo, creo, diez de mis libros en los catálogos de la Library of Congress, así que eso no es ningún mérito. Además, el hecho de que un investigador cite mal u omita una fuente (no es este el caso del doctor Corona, además) no significa que podamos descalificar sus resultados y su metodología. Si es tan quisquilloso con su valiosa fuente, ¿por qué el inquisidor no menciona las más de mil notas de referencia, contenido y ampliación de datos que alberga el aparato erudito de La vitivinicultura en Santa María de las Parras? ¿Acaso el doctor Corona es un saqueador de información y no conoce la metodología de la investigación documental? No es eso lo que han opinado sus colegas en Europa, Estados Unidos y Sudamérica. Resumo: el tono del participante en la sesión de ayer tuvo el mal gusto del ardido que se cree birlado y dueño absoluto de un tema o de cierta información. Esos sujetos abundan en el alucinado mundillo de la historia provinciana. Son los personajes que uno ineludiblemente halla dentro de nuestra picaresca intelectual.