jueves, julio 03, 2008

Noche para Alfonso Reyes



Entrevisté hace varios años, vía telefónica hasta Xalapa, a Sergio Pitol. Fue un diálogo apurado y algo incómodo, pero pude obtener del escritor poblano algunos pareceres interesantes sobre su quehacer. Como hice ese trabajo para un periódico universitario, al cerrar la conversación recuerdo que le pedí al maestro Pitol una recomendación de lectura para los jóvenes. Yo suponía que el autor de El arte de la fuga iba a citar dos o tres nombres de escritores polacos o checos, algo así. Y no, lo que me dio fue un nombre cercano: Alfonso Reyes. Pitol, navegante de literaturas, conocedor profundo de escritores que a México nunca llegarán, recomendó con toda tranquilidad que los lectores mexicanos debemos acercarnos de vez en vez a Reyes, acaso el más amplio escritor que haya dado nuestro suelo.
Con íntimo orgullo (que al declarar lo que viene dejará de ser íntimo), pensé entonces que, entre todas mis innumerables equivocaciones, un acierto he tenido desde 1985: leer, más o menos con caprichosa frecuencia, la obra sin orillas del regiomontano. No quiero presumir que soy especialista en él, pues para lograr eso casi es necesario hacer una carrera profesional que bien podría denominarse Licenciatura en Alfonso Reyes; lo mío ha sido como una amistad, algo que se hace sin obligación, por el puro gusto de conversar con alguien que, dígase lo que se diga, tenía el alma y la mente a varios años luz del común de los mortales. Entrar a las páginas de Reyes ha sido para mí, pues, desde hace décadas, un ejercicio que me equilibra, que me quita el horrible sabor de libros mal escritos (los míos incluidos), o escritos bien, pero con animosidades que sólo le suman estrés a la ya de por sí agitada vida que nos cupo en mala suerte. La de Reyes, para muchos, es una obra-escuela, esto en el sentido vivencial y didáctico de la expresión: por un lado nos acerca a un espíritu ecuánime, generoso, correcto sin asustamientos o cerrazones a la novedad, y por otro nos enseña a tratar de darle dignidad, siempre dignidad, a toda empresa de escritura, cualquiera que ésta sea.
En el trato con Reyes he sentido como perentoria la necesidad de releerlo. A sus ensayos vuelvo como quien vuelve al amigo inolvidable. Con sus libros he incurrido, para que se vea lo benéficamente grave del asunto, en el fetichismo: tengo, y conservo con soberana mezquindad, las primeras ediciones de Cuestiones gongorinas y La antigua retórica, y tres tomos de sus Obras completas, en edición de lujo, llevan estampada su ilustre firma autógrafa en sendos colofones. Esos librotes, que el FCE comenzó a publicar un poco antes de que Reyes muriera (en 2009 se cumplirán 50 años de esa ausencia), los compramos Gerardo García y yo en la librería Unicornio que Felipe Garrido instaló en el anexo del TIM hace al menos quince años. Gerardo (cuyo onomástico es hoy, por cierto) y yo nos apersonamos en la librería y compramos esos tomos para luego advertir que algunos títulos tenían la bella firma del polígrafo neoleonés.Y bueno, me engolosino de nostalgia apenas entro a las vivencias con el autor de “Visión de Anáhuac”. Lo que digo sobre Reyes lo digo ahora porque hoy un genuino especialista dará una conferencia titulada “Alfonso Reyes: el neobarroco sin lágrimas”, título que alude a uno de los libros del regiomontano, aquel en el que desmenuza, y prácticamente nos traduce al castellano, el complicado Polifemo de Góngora. El conferencista es Arturo Dávila Sánchez, quien ha hecho una larga carrera académica que pasa por las Universidades Iberoamericana (de México), Universidad de Michigan y de California-Berkeley. Maestro de varias universidades de México, Alemania y EUA, Dávila es además poeta y ha recibido varios premios. Nos vemos con él hoy a las ocho pm en el Icocult Laguna, en Juárez y Colón. Será grato, sin duda, escuchar las ideas del doctor Dávila sobre el interminable Reyes.