miércoles, junio 04, 2008

Pesina, cuentista hecho



Así fuera breve, le debía una opinión al grato momento que me obsequió Que los muertos vivan en paz, libro de cuentos escrito por Julio G. Pesina y publicado con el número 264 del Fondo Editorial Tierra Adentro (México, 2003). Un cintillo promocional y el pie de imprenta advierten que esta obra ganó el premio nacional de Cuento Joven Julio Torri 2003 convocado por el Instituto Coahuilense de Cultura y el Conaculta, pero más allá de las azarosas veleidades inherentes a todo certamen, el libro de Pesina vale con o sin galardones porque ilustra, creo, la fortaleza de este género por lo común asumido con cierto facilismo, como si fuera poca cosa pensar que cada pieza, si aspira a ser lo que su género le impone, debe crear algo distinto a partir de un puñado más o menos fijo de reglitas. Es un poco como el soneto, pero en narrativa: los puntos clave de su preceptiva son fijos, pero el resultado debe sorprender a partir de la habilidad que cada cuentista tiene para combinar los ingredientes de un relato.
Julio Pesina es tamaulipeco. Hizo estudios en Ciencias de la Educación y por ello su vida tiene una estrecha relación con el trabajo docente en el Colegio de Bachilleres de Tamaulipas, en el telebachillerato y en el centro de Educación Superior a Distancia. Al costado de la chamba alimenticia, este joven narrador del norte ha edificado ficciones que, arracimadas en Que los muertos vivan en paz, hacen pensar en que las nociones básicas del género pueden ser esgrimidas sin que decaiga la calidad de las historias. Eso advierto en los cuentos de Pesina: apego a las líneas fundamentales de la cuentística y destreza para resolver cada situación con sorpresa, con garra, con originalidad de buen ficcionista.
Junto, pues, al afán experimental de muchos cuentistas que viven obsesionados con la idea de que el cuento es cualquier ficción que salga del ronco pecho siempre y cuando sea más o menos breve, siempre y cuando se pueda leer de un solo tirón, avanzan los cuentistas que, como Pesina, primero acatan una normativa mínima del género y luego trajinan en formas un tanto más sueltas o, si se quiere, menos rígidas.
En Que los muertos vivan en paz Pesina engarza trece historias que tienen poco en común. Uno de los rasgos más visibles en las narraciones de este libro es una especie de humor atenuado o contrapesado con la adversidad que deben encarar los personajes. Pese a su corta edad, el narrador tamaulipeco sabe penetrar con hondura en el alma de sus criaturas y, sin perder nunca el encanto de la buena prosa, los/nos lleva a desenlaces tan inesperados como convincentes. Se siente en cada ficción una especie de dominio casi natural del género, como si el cuento fuera cosa fácil en sus manos. Cuatro cuentos, a mi juicio, destacan con creces la buena madera de este escritor norteño: “Los muertos no sangran”, “Sabor amargo”, “Las malas mujeres” y “Que los muertos vivan en paz”.
La calidad literaria del Pesina cuentista se vio confirmada hace poco; transcribo un reciente boletín que ahorra explicaciones: “El Conaculta, a través del Centro Cultural Tijuana, y el Programa Cultural Tierra Adentro, informa que Julio Pesina, originario de Ciudad Victoria, es el ganador del Premio Binacional de Novela Joven Frontera de Palabras/Border of Words 2007-2008 por la obra Culpable de nada.
En esta ocasión los integrantes del jurado integrado por Daniel Sada, Mario Bellatín y Francisco Rebolledo, decidieron otorgar este premio por unanimidad a la obra Culpable de nada, presentada bajo el seudónimo Mill K. Rhas, ‘por mantener de principio a fin la unidad dramática, con un lenguaje vigoroso que crea una visión original de una realidad en constante transformación’”. No está de más tener presente a este buen narrador; una voz fresca y prometedora, otro talentoso del meritito norte.