jueves, mayo 22, 2008

Humor y lectura



Recuerdo con gusto aquellos separadores amarillos de la librería Gandhi; los daban como regalo a sus numerosos clientes, y uno podía tomar por puños para luego regalarlos más adelante. Con letras grandes, una de las caras del separador mostraba un apellido famoso, y la forma de la tipografía insinuaba en algo cierta característica del autor o de su obra; por ejemplo, el nombre “Edgar Alan Poe” estaba escrito con letras desgarradas, como andrajosas, terroríficas, ideales para un escritor de cuentos de misterio; el de “Darwin” hacía que las letras “evolucionaran” de pequeña a grande, eso para sugerir el paso del mono al homo sapiens; el de “Borges” se veía como borroso, como visto por un miope. Y así otros, todos ingeniosos.
Velia Margarita Guerrero me reenvió un Power Point que trae un rótulo de la librería Gandhi. No sé si es original o apócrifo, pero sea lo que fuere es un documento muy interesante, un promocional de la lectura que juega y desacraliza el tono generalmente grave que asumen las invitaciones a leer. Sus frases se dejan gustar de inmediato, y a propósito de esas frases se me ocurre lo que siempre he creído: no se pueden disociar la lectura y el juego, al menos la lectura literaria, esa lectura que les sirve a todos, independientemente de la profesión que abracen. Cito algunas láminas del Power:
—Siéntate a leer. Libro para albureros.
—Voy a devolver el libro. Libro para anoréxicas.
—Todos los escritores son iguales. Libro para feministas.
—A ver, abra su libro. Libro para ginecólogos.
—Mi libro es más grande que el tuyo. Libro para hombres.
—¡Tráeme un libro, vieja! Libro para machos.
—Mañana leo. Libro para mexicanos.
—Ja, ja, ja, compra, ji, ji, ji, libros, ja, ja, ja. Libro para pachecos.
—Toca mi libro. Libro para pervertidos.
—Te juro que es la primera vez que leo. Libro para “vírgenes”.
—Y soy lector, cuando no sigo a los demás. Libro para rebeldes.
—Dame una “L”, dame una “I”, dame una “B”, dame una “R”, dame una “O”, ¿qué dice? Libro para porristas.
Y otro tipo de anuncio:
—Los ricos también leen.
—Santa: si no leen, no les traigas nada.
—Noche de Paz. O de cualquier autor.
—Y es que amar y leer no es igual. Amar es sufrir, leer es gozar.
—Si bebe, no lea.
—No digas chido porque se escucha gacho.
—Cuatro horas diarias de televisión y medio libro al año. ¡Adelante, México!
—Leer, güey, incrementa, güey, tu vocabulario, güey.
—¿Amigos? Amigos mis libros.
Esta propuesta publicitaria hace pensar, como digo, en el discurso generalmente seco de los profesores a la hora de recomendar libros. Pocas veces se asume que la lectura (insisto que, sobre todo, la literaria) es una actividad que conlleva o debe conllevar un sentido lúdico, de ahí que las amenazas sirvan de muy poco, o de nada, para fomentar ese hábito casi extinto en las generaciones jóvenes.
Es agradecible por ello la propuesta publicitaria que acabo de citar. No creo que logre mucho entre nosotros, pues tenemos un país nutrido de no lectores. Aquí lo interesante es ver qué tanto puede hacer el humor para crear culpa, la culpa de no leer nunca en la vida. Una culpa chica aunque sea, una culpita, una culpititita al menos. Sería ganancia.