viernes, mayo 16, 2008

Educación en andrajos



Voluntaria e involuntaria, una práctica frecuente de los medios de comunicación es exhibir la olímpica ignorancia en la que vive sumido el país. No escasean los ejemplos. Hace poco, a propósito del 5 de mayo, una televisora local hizo el viejo experimento balconeador de la entrevista callejera. Fuera de cuadro, la reportera les pedía a varios ciudadanos que si podían explicar el motivo del asueto. Como ocurre en estos casos, los azarosos entrevistados no sabían absolutamente nada sobre el tema; uno o dos, de los diez ciudadanos amagados con el micrófono, sólo alcanzaron a balbucear que se debía a la Batalla de Puebla o algo así, “no recuerdo”. Otro tanto pasa en el comercial televisivo y radiofónico en el que a varios ciudadanos les preguntan sobre el Poder Judicial de la Federación. Las respuestas oscilan entre lo cómico y lo desgarrador. Uno de ellos enuncia, titubeante, esta perla: “Pues es algo así como un poder de los judiciales, ¿no?”. En alguna ocasión vi ese triste juego aplicado a varios legisladores; dentro de la Cámara, un reportero les preguntaba sobre un artículo clave de la Constitución (no recuerdo cuál) y los diputados se quedaban con la bocota abierta, desconcertados, tratando de inventar cualquier mafufada para escabullirse de la entrevista y salir por peteneras.
Son sólo tres casos, los que se me atraviesan en la mente mientras pienso el feo problema de la educación y la cultura básicas del mexicano. Por supuesto es muy valioso lo que diga la OCDE o cualquier otra institución evaluadora de índices y promedios, pero en el día a día, en el roce cotidiano con la gente podemos advertir cuán lamentable es el nivel de instrucción que tiene el mexicano. Prácticamente no hay materia que domine, y si alguna es su mero mole, ignora todas las demás, de manera que es muy difícil hallar a un mexicano que además de las operaciones elementales de aritmética sepa lo propio, lo básico, de español, de biología, de historia, de civismo, de idiomas, de lo que sea. Es decir, pocos hay que pueden presumir de una cultura general más o menos aceptable, de perdida digna para no hacer el papelazo en El rival más débil, aquel programa de TV Azteca que supuestamente desafía a la inteligencia.
Un poco de autocrítica nos acorrala, de ahí que la televisión sea una ventana maravillosa para ver de qué tamaño es el conocimiento promedio del mexicano, más allá de lo que diga la OCDE. Si la televisión algo refleja, es una pobreza monstruosa de contenidos, de burros tics, de infumables aportes a la ignorancia colectiva. A toda hora podemos caer de espalda ante la redacción oral de un conductor que usa palabras tan imprecisas como burdas, ante la torpeza casi obligatoria de un reportero que no sabe ni concordar el número y el género en una oración, y ante la superficialidad con la que allí es tratado cualquier asunto, por nimio o trascendente que sea.
Me habrán de perdonar, pero al ver y oír entrevistas a los jóvenes, al escuchar en corto a los adolescentes, al atender el discurso habitual de nuestros políticos y de nuestros empresarios, al valorar la misma entrevista eterna que conceden los deportistas, uno termina convencido de que, en efecto, el imperativo de la educación parece que ha llegado demasiado tarde para sacarnos del oscuro bosque de ignorancia en el que los mexicanos vagamos extraviados como Caperucitas Rojas con brújula alterada.
Y en ese panorama cerradamente negro, para acabarla de amolar, el compromiso embustero de siempre entre el sindicato mapache y el Ejecutivo: ayer fue rebautizado “Alianza por la calidad de la educación” y sirvió para celebrar el pomposo día del maestro. Encabezan esa cruzada la profesora Gordillo y su legión de secuaces. ¿Hay alguna esperanza, pregunto, hay alguna esperanza de que los mexicanos sepamos algún día qué se celebra el 5 de mayo o qué es el Poder Judicial de la Federación? Seguiremos en las mismas, seguro. En las sombras, nada más, como decía Javier Solís.