jueves, abril 17, 2008

Hablando de orejas



La gente todavía sonríe cuando alguien recicla el lugar común “el burro hablando de orejas”. Ese y muchos otros tópicos similares ya no me traen chiste, aunque es innegable que, bien mirado, es decir, mirado como no suele ser mirado, el tal lugar común condensa de manera jocosa lo que el usuario desea expresar: que no pueden dar lecciones sobre equis tema quienes cojean de dicho equis tema; cantado de otra manera, los perezosos no pueden aleccionarnos sobre la perniciosidad de la holgazanería, los depresivos no pueden instruirnos sobre el daño del pesimismo ni los tragones sobre el pecado de la gula.
Así entonces, Felipe Calderón no tiene derecho a discursear sobre el peligro de los divisionistas, sabida, bien conocida la estrategia electoral que lo llevó, fraude mediante, al sofá que actualmente usurpa. No tiene derecho, pero ayer se lució en Acapulco frente a Zeferino Torreblanca, gobernador “perredista” de Guerrero. Por una nota desparramada ayer en la tarde se supo que el blandengue (en este caso me refiero a Torreblanca) puso el balón en la olla para que llegara a rematarlo su visitante michoacano: “Los momentos por los que atraviesa el país, sin duda, no son momentos fáciles, pero (sic) por el contrario, pueden servir de ocasión y reto para la superación o de pretexto para la desmoralización, la división, el encono o el enfrentamiento”, señaló el ejecutivo estatal.
Ante esas palabras, Calderón vio de pechito la coyuntura para improvisar el Sermón de La Quebrada: “Sé que trabajando juntos, sé que construyendo y no destruyendo, sé que uniendo y no dividiendo, sé que poniendo la política al servicio de los ciudadanos y de la generación de bienes públicos, como ha manifestado el señor gobernador, sé que juntos conduciremos a México al futuro que queremos para los nuestros”.
O sea que Calderón ya olvidó, en menos de dos años, el histórico proceso electoral que partió en dos o en tres a México y a los mexicanos, la hazaña divisoria que hizo de un país más o menos unido, más o menos conciliador, más o menos apechugante, una nación de perrunos enconos, partida por una falla no tectónica (como la de San Andrés) sino política, una fractura que, se dijo desde aquellos meses, iba a ser muy difícil de superar, puesto que el descaro de la violencia verbal e icónica no tuvo límites durante las malhadadas elecciones de 2006.
Y aunque nunca fue precisamente un matrimonio, puede uno preguntar, como lo hace el juez en los casos de divorcio inevitable, quién empezó con las agresiones, es decir, quién inició la reyerta en casa, quién lanzó los primeros escupitajos. Creo que, si somos sinceros y revisamos paso a paso el desarrollo de aquella abominable campaña emprendida para basurear al enemigo, recordaremos a las claras que fue el PAN y sus colegas, muchos empresarios muy poderosos del país, los que machacaron aquello de que alguien era un peligro para México y todo lo demás, eso que lejos de parecer un discurso político “propositivo” fue una expresión palmaria de la abyección a la que se redujo el blanquiazul gracias a la pitecantrópica asesoría de un tal Antonio Solá, su ideador.
No se me oculta que el PRD y sus aliados respondieron en los mismos términos, que lanzaron una ráfaga sostenida de espots referidos a las “manos sucias” de Calderón. Es decir, la política se redujo a cero y los partidos que siguen ahora en pugna le cedieron el lugar al salvajismo. Luego vino el 2 de julio y todo lo que ya sabemos hasta el día de hoy, fecha en la que al ocurrente Calderón se le pone (así dicen las señoras) explicar que la unión, y no la división, hace la fuerza y blablablá. ¿Cómo se puede afirmar eso si él llegó a donde está gracias al arte de dividir, de enfrentar, de construir cuadriláteros para la lucha superlibre y, por supuesto, de defraudar? Por piedad: que no hable de orejas.