lunes, febrero 18, 2008

Granizada editorial



A mediados de febrero, es decir, apenas iniciado el año, me da gusto comunicar el avizoramiento de una granizada editorial para lo que queda de 2008. Lo malo es que no me alcanzan ni el tiempo ni las fuerzas para leer y comentar todo lo publicado, aunque ése ha sido mi deseo desde 1991 o 92, época en la que di marcha adelante al utópico plan de escribir algo, una reseñita al menos, sobre cada libro publicado en La Laguna. Este año me dejará, creo, noqueado si aspiro a redactar algo sobre cada una de las obras publicadas, pues apenas estamos en el segundo mes del año y ya, como sabemos algunos, amenaza todo esto en la mesa de nuestras novedades: el bellísimo y lujosísimo libro del Museo Arocena 2007 (que espero comentar en fecha venidera); una historia del Sanatorio Español; los nueve títulos recién presentados de la Colección 101 Años de la revista Artelera; la novela Mi nombre es Lluvia, de Fernando Martínez Sánchez, publicada con el sello del Icocult Laguna; los primeros libros de una colección preparada al interior del Icocult Laguna; las memorias del encuentro de escritores coahuilenses organizado y a celebrarse en el TIM; cinco o seis libritos de mi colección personal (la de Iberia Editorial, donde saqué Polvo somos); un libro de cuentos y una novela, que espero salgan pronto, de mis amigas Angélica López Gándara y Magda Madero, respectivamente; la novela (que ya ha sido publicada en Tierra Adentro) El Círculo de Eranos, del también poeta Carlos Reyes; y cuatro o cinco libros publicados al final de 2007 en una colección de la UAdeC donde tuvimos cabida escritores laguneros como el mismo Carlos Reyes, Miguel Báez, Vicente Alfonso, Saúl Rosales y yo.
Además de esa nutrida (nutrida para mis pocas fuerzas de lectura y escritura reseñística, aunque en varios de esos proyectos he participado también como editor) lista de libros, es posible que los escritores laguneros que están fuera de La Laguna también hagan su aporte, de manera que, si no peco de optimista, 2008 será un buen año para el libro lagunero. Conste que no pienso en decenas de libros, pero sí en los suficientes para entretener a quienes solemos hincarle el ojo a nuestras publicaciones.
El libro de Saúl Rosales publicado en la UAdeC es, como todos los suyos, muy bueno. Es de poesía, y lleva como título Dialéctica de la pasión. Creo que en varios casos más, como en el de este viejo lobo de la palabra, los escritores del Nazas ya pueden presumir su obra donde sea y sin desmerecer. En su momento me detendré con mayor tranquilidad en tales páginas, para escribir algo que intente ponerse a su altura. Del libro hay un solo texto en prosa, este que cito (“Estirpe de Nietzsche”) y con el cual sonrío de gusto por la susodicha granizada editorial que, presiento, se avecina:
“El alumno Equis, por el primer semestre de la Universidad pasea su cara calcada de los rostros perpetuados por los prehispánicos artistas del mayab. Lleva con indolencia de avenida fluvial su color de barro oscuro. Con aires de alta atmósfera discurre su baja estatura reprimida por la anemia, su apariencia ajena al paradigma griego clásico o al ario ideal. Nadie podría negar que ostenta una raigambre popular, que el alumno Equis es prolongación del populacho.
Pero él se siente un aguilucho. No pocos han escuchado su plural desprecio que extiende hacia los indígenas de Chiapas, hacia quienes en un cuerpo enclenque y mirmidón muestran carencias prolongadas, hacia quienes no tienen la piel clara como los prototipos de Occidente, hacia quienes moran en el submundo de la marginación y el desamparo, hacia quienes muchas veces van a la Universidad —igual que él— sin haber comido bien, sin libros, sin dinero.
La joven receptividad cerebral del alumno Equis aprendió en la prepa que Nietzsche, hijo de familia sin penurias, fue mantenido con holgura en las universidades de Bonn y Leipzig cuando ir a la Universidad era un alto privilegio que debía pagarse con ingente desembolso. La familia de Nietzsche no batallaba.
En los propios libros de Nietzsche y en tiempo sin espejos, el alumno Equis aprendió a odiar al ‘populacho’, a los desarrapados y a quienes se ganan con enajenación el salario que les garantiza regresar al día siguiente a su enajenación; también a odiar a los débiles y a quienes se solidarizan con todos ellos, como hacen los militantes del marxismo.
Este alumno Equis, parido por el pueblo y en el pueblo aún enquistado, impreca como su preceptor Nietzsche: ‘Bendito sea el que odia a los perros del populacho’”.