viernes, diciembre 28, 2007

La venganza de los cherrys



Hace algunas semanas leí la entrevista que Público Milenio le hizo durante la FIL a José Ramón Fernández; es un tipo que poco a poco fue cayendo de mi gracia, pero creo que no se equivoca cuando habla de los dos o tres mocositos fresas que ahora se han convertido en “líderes de opinión”. Mencionó los casos de André Marín, el imberbe nuevo mandón del área deportiva en TV Azteca, y de Carlos Loret de Mola, galán informativo de Televisa. Joserra afirmó que, si los escucha decir que hay un sismo y ve que se mueven las paredes y las lámparas, de todos modos no les cree. Así de escéptico es el periodista poblano con los niños cherrys que de repente irrumpieron en la escena televisiva para dar lecciones, para “orientar” con pelo engominado (Marín) o pelo en pecho (Loret).
El ataque de los cherrys no se manifiesta, sin embargo, en sólo dos sujetos. Me parece que es generalizado, que ahora están en todo, que hoy ocupan cualquier nicho (como lagunero, esta palabra siempre me remite a la locura), incluso aquellos espacios que hace diez años ni siquiera hubieran soñado ocupar. Hoy son líderes de opinión (los mencionados), cineastas (González Iñárritu), actores y productores (Diego Luna y Gael García), empresarios (Azcárraga Jean), ideólogos de alta jerarquía (César Nava y Juan Camilo Mouriño), gurús de la conducta juvenil (Adal Ramones), pensadores (Nicolás Alvarado), alcaldes en La Laguna (obvio), senadores (obvio), diputados (obvio) y un largo y bochornoso etcétera. Esa horda es, desde hace pocos años, la casta instalada en los espacios de poder donde ponen en práctica lo que les enseñaron desde niños: a triunfar, a tener éxito.
Son tan movidos estos chicos que ahora, como dije, pasa lo inimaginable: que con cero calle, que con puras experiencias en yates y en Polanco algunos supercherrys trabajan hoy en lo que antes sólo se le daba a un señor o señora con licenciatura, más o menos de edad, con amplia trayectoria de servicio y discurso lógico. Me refiero a los espacios con sentido altruista. Doy un caso que padecí recientemente. Encontrábame en un foro público donde el primer orador fue el responsable nacional del programa un kilo de ayuda. Mientras sus homólogos en el presidium lucían traje o ropa más o menos formal, el chamaco como de treinta años llevaba apenas una camisa de marca, fajadito, con el pelo envaselinado y abundante, la viva imagen de un fresota chilango de San Ángel. Parecía todo, menos un tipo preocupado por el hambre en el país, pero había que darle el beneficio de la duda. Él mismo, con un discurso que mezcló noñez y humor fallido en partes iguales, se encargó de disipar toda duda: con esa visión del mundo, con esa retórica aprendida apenas ayer, con muchas supuestas puntadas (peores que las de Zedillo) y una capacidad nula para persuadir, de todos modos era el responsable de un programa asistencialista relacionado con el alimento para los desnutridos de este famélico país. Contó anécdotas que no venían al caso y hacía pausas efectistas como en espera de sonoros aplausos avaladores de su intervención; incluso hacía lo insólito: reír, carcajear a medio gas con sus chispazos de gracia, como si fuera Gila o Lucho Navarro en sus épocas de gloria. Yo no lo podía creer; el muchachito estaba para cotorrear en el antro con sus pares, no para dar lecciones de nada a nadie. Pero así estamos ahora. Sólo faltaría saber quién le dio ese puesto y cuánto le pagan por socorrer a los menesterosos. Ahí está la clave para entender la venganza de los cherrys.