jueves, diciembre 06, 2007

Agonías del cuento



El viernes 30 a las 7 de la tarde fue reunida una mesa escalofriante en la FIL: Rubem Fonseca (tal vez el mejor escritor brasileño de la actualidad), Sergio Pitol, Ednodio Quintero (narrador venezolano) y Luisa Valenzuela (tal vez la mejor escritora argentina de la actualidad). El moderador fue Enrique Serna, famoso novelista mexicano. El tema que abrazaron fue la actualidad del cuento, género que, como sabemos, ha quedado hoy en manos del más detestable olvido editorial y es una forma literaria casi desaparecida del mercado por la sencilla razón de que “no vende”.
Aunque, como he venido diciendo en mis entregas de estos días, la mesa no llegó a mucho, pues el formato apeñuscado y la necesaria espontaneidad del discurso permite en muy poco el aterrizaje de conclusiones estructuradas, fue muy interesante oír, primero, a los autores leyendo sus cuentos. Fonseca se despachó uno tan pornográfico (publicado en su más reciente título de Cal y Arena, la editorial de Nexos) que casi me ofendió, lo cual es mucho decir; Pitol, ya con su voz muy estropeada por los años, uno donde se mezcla vida y literatura; Quintero, un “instante de vida” (así define al cuento) con tinte fantástico y Valenzuela cinco o seis microrrelatos sin mancha.
Luego de la lectura, los autores entraron al comentario sobre la actualidad del cuento. Pese a los indicios, ninguno lo dio por muerto; aceptaron, estimulados por las preguntas de Serna, que en efecto padece la olímpica indiferencia de los editores, pero que la capacidad de resistencia de la narración breve es tan grande que le ha permitido sobrevivir en un ambiente editorial cada vez más arisco.
Las condenas a muerte, señaló Fonseca, se vienen oyendo contra muchos géneros desde siempre, pero los moldes aguantan hasta los embates de la televisión y el cine. Quintero observó que el cuento perdurará como ha perdurado la poesía, pero quizá con una metamorfosis en la forma que ahora le conocemos, “a lo Poe” y su receta del cuento perfecto; “el cuento se hará mucho más libre”, advirtió.
Luisa Valenzuela tuvo una opinión lúcida y risueña. Destacó para empezar que, es cierto, el cuento ha sido marginado de los aparadores, pero en Latinoamérica sobrevive gracias a dos o tres esfuerzos; uno de ellos, el más destacable, lo ha emprendido Alfaguara con la colección de cuentos completos donde han aparecido, en bloques compactos, Cortázar, Benedetti, Arreola, Julio Ramón Ribeyro, Monterroso, Abelardo Castillo, la misma Luisa Valenzuela y muchos otros cuentistas de peso pesado.
La escritora argentina subrayó la paradoja que hace más desgraciada la actualidad del cuento: en un mundo estresado, sobreocupado, atestado de responsabilidades y donde no se puede leer como antes, es contradictorio que la narración breve sea desplazada por ladrillos novelescos. Valenzuela agregó que los editores son, en mucho, responsables de esta situación, pues no deben ofrecer lo que el público pide, lo que el público demanda, sino educarlo, orientarlo, acercarlo a todos los géneros literarios sin distinción.
Me detengo en Valenzuela por dos razones: primera, no entendí bien el español aportuguesado de Fonseca ni la expresión ya tortuosa (lo digo sin ofensa, pues sé que todos vamos hacia allá) de Pitol; segunda, que la argentina fue harto brillante. Por ejemplo, dijo que le parecía el género más rico, que la novela “nació con Cervantes”, pero el cuento viene de más lejos y es el que de alguna manera inicia la literatura. Apuntó que ahora el cuentista es “comprado” con la novela, es decir, que los autores de narrativa breve deben por fuerza ingresar a la novela. En este sentido, añadió, “los cuentistas pueden ser buenos novelistas, pero los novelistas nunca van a ser buenos cuentistas”.
El auditorio estaba lleno, había cinco defensores del cuento en la mesa redonda, pero lo cierto es que afuera, en los pabellones atiborrados de libros a la venta, el cuento apenas figuraba en títulos aislados, casi inhallables. Mi explicación es más simple: la debacle del cuento se debe en buena medida a los cuentistas: muchos que se dicen tales no tienen ni méndiga idea de cómo escribirlos.