domingo, noviembre 25, 2007

Blog de Fernando



Me desespera, me aterra, ingresar a un blog que se multiplica en mil enlaces a otros blogs. Nadie, ni el más ocioso de los seres, tiene tiempo ahora de leer un blog más o menos bien alimentado, así que me resulta absurdo ver ese tipo de espacios retacados de variopinto contenido. Así mi posición, tengo la suerte de que mi cuenta de Blogger no deje sumar links (ignoro por qué) y ya me acostumbré a verla huera de enlaces a otras cuentas. Ya mucho favor hace quien ingresa a mi blog como para “recomendarle” otros espacios, de ahí que yo esté resignado a tener pocas visitas y un ínfimo número de comentarios ajenos.
Si el exceso de información me abruma, lo contrario, los blogs sin suficientes textos me dejan a medias. Hace dos meses, una carta de Fernando Fabio Sánchez me convidaba a ver su nuevo espacio en la red. Pasadas las semanas, veo con tristeza que no le ha sumado casi nada, y lo voy a regañar, pues su prosa y su visión del mundo merecen ventilarse, orearse al menos en un blog.
Imaginemos a Fernando dedicado con más frecuencia a colgar en su blog textos como el que cito. Sería muy interesante leerlo, estoy seguro. Sé, sin embargo, que está sobreocupado en su jale de la Universidad de Pórtland, y lamento que el espacio recién creado esté quedando huérfano. Es un prosista excelente, es de Torreón, tiene varios libros inéditos y miren qué bien plantea sus vicisitudes (“La segunda vez que vi mi muerte”, en alvueloser.blogspot.com): “Vuelo 627 de Nueva York a Portland, de Jetblue. Venía de viajar por tres meses por México, Sudamérica, Canadá y la costa este de los Estados Unidos. Más o menos me había acostumbrado a los trámites engorrosos de los aeropuertos y sonreír a los sobrecargos al entrar en el avión. No había tenido ninguna contrariedad; ni siquiera en el vuelo de más de ocho horas de Santiago de Chile a la Ciudad de México. No obstante cuando atravesábamos el estado de South Dakota en medio de la noche cuando regresaba a Portland sentí un estremecimiento. El avión entero se sacudía con violencia. Un ruido muy intenso que venía de toda la materia que nos mantenía en el aire construyó una realidad aterradora. Todo era ruido, movimientos bruscos, objetos que caían, contingencia pura y miedo. El avión había empezado a descender. La mujer que venía a mi lado gritó con una voz descompuesta, que quizá nunca había escuchado. Y yo, que medio dormitaba mientas veía un juego de futbol americano entre los Pieles rojas de Washington y las Águilas de Filadelfia, abrí los ojos y me dije, ‘ya se acabó’.
No utilicé un sujeto determinado en mi frase (que recuerdo todavía con temor). Sólo pensé que el fin estaba allí. Se iba a acabar el vuelo, el verano, la serie de itinerarios en distintos países y ciudades, la felicidad con los amigos, la música, el amor de la familia, las novelas y el cine, la infancia, los colores, la certeza de que el futuro es futuro, de que el presente se desliza al pasado, la memoria. Se iba a acabar el tiempo, la vigilia y los sueños, la vida.
Lo creí de verdad. ‘Ya se acabó lo que alguna vez tuvo principio’, sería una implicación de mi frase de aquel momento. ‘Ya se acabó. No hay más opción. ¿Qué es lo que sigue?’.
Pensé en los segundos que faltaban para que el avión acabara de caer. Segundos de terror inexplicable nos esperaban a todos los pasajeros del avión. De aquí a allá, unos segundos, el dolor del cual siempre me había protegido iba al final deshacer mi cuerpo.
Pero de pronto el avión se estabilizó. El ruido cesó y los movimientos ya no estaban. En el aire empezábamos a elevarnos.
No vi la síntesis de mi vida aquella noche. Es la segunda vez que siento que en realidad voy a morir. Y aquí sigo, escribiendo”.