jueves, agosto 30, 2007

Pobre país rico



Al regreso encuentro muchas preguntas de amigos interesadas por saber en corto de mi experiencia reciente. Todo bien, les digo, pero como esa es una respuesta inútil varios me han insistido que amplíe mis opiniones a otros vericuetos de la realidad vista, oída, leída en la Argentina. Les respondo aquí, pero quiero vincular esa respuesta a lo que nos atañe, al México que para bien o para mal nos ha tocado en suerte.
Para empezar, percibí en muchas conversaciones casuales un México idealizado por los argentinos. La televisión de entretenimiento es su principal fuente de acercamiento a nuestra cultura, así que nos imaginan festivos, generosos, suertudos por vivir en mejores condiciones económicas que ellos. Lo que en nuestro caso siempre ha sido un problema —un problema histórico—, la vecindad con el país más poderoso del planeta, para los argentinos es un motivo de envidia. Y no es por gringofilia, sino por razones económicas más prácticas.
Como todas las naciones pobres o con economías muy inestables, tanto la Argentina como México son necesariamente expulsivas. La gente que ha visto canceladas todas sus oportunidades de bienestar, muy pocas veces lo duda: hay que largarse del páramo de oportunidades y buscar espacios que abran resquicios a la mejoría. En México, los indígenas y campesinos de Michoacán, Zacatecas, Durango, por citar sólo tres entidades famosas por su permanente migración, saben que sólo hay una frontera por librar. Es difícil, se arriesga el pellejo, hay demasiado peligro en el tramo crítico, pero si se logra el objetivo, del otro lado está el sueño definitivo, contundente, de los dólares, la esperanza de sumar un nombre más a la enorme lista de enviadores de remesas. Eso para un mexicano, el que sea.
Para los argentinos esa oportunidad está vedada. Si se tiene la desgracia de nacer pobre, lo que suele ocurrir en la mayoría de los casos, la esperanza de salir no existe ni siquiera como tal, como esperanza. La razón es sencilla: ¿a dónde? Salvo por Chile, la Argentina está rodeada por países más pobres, y al sur del propio territorio argentino, además de frío y aire, no hay mucho dinero qué ganar. Pasa entonces que, salvo para pocos ricos y no tan ricos pero vinculados al mundo académico, los argentinos que salen lo hacen de a poco, a cuentagotas si los comparamos con los miles de mexicanos que, cueste lo que cueste y pase lo que pase, toman su liacho y huyen en busca del sueño yanqui.
En la Argentina el proceso es al revés: son un país en dificultades económicas, pero si se comparan con Paraguay o Bolivia, sus vecinos del norte, son una potencia, de ahí que sea la Argentina la que padece una oleada de indocumentados paraguayos, bolivianos y hasta peruanos que se ha apoderado de los empleos peor asalariados, pero empleos al fin, como el de la construcción.
También por eso, concluyo, a los mexicanos sí nos quieren: los que vamos no lo hacemos para disputarles empleos, para invadir sus ciudades con más villas miseria. Para ellos somos ricos, los vecinos privilegiados del imperio.