viernes, agosto 31, 2007

Ay mi Veracruz



He visitado un par de veces Veracruz, el estado de Agustín Lara, de los magistrales decimeros mexicanos y de las mentadas de madre más sabrosas que he oído en mi hojaldre vida. Un buen recuerdo tengo, pues, de aquella tierra caliente a la que siempre miro de reojo en los periódicos, como quien no se quiere enterar de lo que al final termina siendo noticia nacional: que otra vez la bella entidad del Golfo ha sido golpeada por la naturaleza, pero más por sus políticos, los malhechores que se han cebado históricamente con la tierra del famoso pico orizabense.
Lo más interesante que he leído para re-enterarme de los bretes electorales jarochos lo escribió ayer Ricardo Alemán, el prestigiado columnista de El Universal. En “Veracruz, el cochinero”, veo que los recientes usos y costumbres electorales de Baja California y Yucatán, de Zacatecas y de Durango, ya de por sí horrendos, palidecen frente a la delincuencial y pintoresca mugredumbre estilada en la Villa Rica de la Vera Cruz, suma y espejo de los alvaradeños códigos verbales y de las limpias a huevo limpio que en Catemaco han hecho escuela.
Por mi ausencia, no sabía que el gallinero político estaba tan alborotado. Supe, sí, del desastre al que los veracruzanos y otros muchos mexicanos costeños y no tan costeños están cíclicamente condenados por la ferocidad del viento atlántico, pero lo que permite ver le opinión de Alemán me deja entre helado y agradecido con la picaresca nuestra de cada bochinche electoral.
Según el columnista, o según infiero yo a partir de aquel texto, las alianzas que se han dado por allá no tienen abuela. Los acomodos por conveniencia han formado un crucigrama en el cual, como nunca, lo que menos importa es la ideología, sino la consecución del poder a toda costa, con un cinismo que haría vomitar a Maquiavelo hasta dejarlo convertido en modelo brasileña. No me atrevo a describir con una torpe explicación qué tipo de ayuntamientos (coitos electorales del más feo y explícito hardcore) se están dando en los lares de San Juan de Ulúa; sólo basta decir que allí están metidos Fidel Herrera, Miguel Ángel Yunes Linares, Jorge Emilio González y la Maestra, y eso es suficiente para imaginar hasta qué punto se confabula el gusanero para sacar adelante un proceso en el que nada importa la ciudadanía, sino el desfile de chacales en busca de las nuevas posiciones legislativas y municipales.
A ese caldo, de suyo pestífero, se añadió recientemente el ingrediente Espino, quien a sabiendas de que Veracruz entiende mejor que nadie el lenguaje de la picardía mexicana corregida y aumentada, anunció que, como el gran estadista que es, “Vengo aquí con ganas de partirle la madre a Fidel Herrera y a su PRI”; “Le vamos a poner una madriza en las urnas”; “Le vamos a decir, en las urnas, que se vaya a la chingada”. Con esos elevados conceptos, ¿para qué queremos al Caballo Rojas y a Pedro Weber Chatanooga?