jueves, marzo 29, 2007

Demócratas patito

Vino el guarura del neoliberalismo mundial y la nota se nutrió con dos secuencias: la de los paseos turísticos de los presidentes que “ganaron” por un pelito y la de las manifestaciones de repudio desatadas, como dijo una reportera de Televisa, por “darketos y vándalos”. Debajo de ese par de extremos hay una discusión que se extiende no a lo largo y a lo ancho de Latinoamérica, sino del mundo entero, pues el problema de la mala distribución no sólo no ha sido resuelto por el venerable mercado, sino que se ahonda cada día más y genera hoyos negros al parecer insalvables.
Mientras pasa la visita nefasta del criminal de guerra texano, leo las palabras de los doctores Dagnino, Olvera y Panfichi en su libro La disputa por la construcción democrática en América Latina, recién publicado por el FCE-CESAS-UV. Es puntual lo que afirman estos investigadores: “lo cierto es que la decepción colectiva por el bajo rendimiento social de las democracias efectivamente existentes en América Latina, crea las condiciones para una posible aceptación popular de algún tipo de restitución autoritaria. De acuerdo con el Latinbarómetro (2003), más de la mitad de la población de América Latina estaría dispuesta a aceptar un régimen autoritario si ello resolviera sus necesidades económicas. El fracaso del neoliberalismo en términos de redistribución de la riqueza y la débil capacidad de inclusión política de los gobiernos democráticos vuelve frágiles a las democracias latinoamericanas”.
Sigue el repaso: “Partiendo de esta perspectiva normativa, O´Donnell plantea que sólo una ciudadanía integral (es decir, el acceso pleno a los derechos civiles, políticos y sociales) puede garantizar la existencia de una verdadera democracia. Mientras el acceso o disfrute de los derechos sea parcial o no exista para sectores amplios de la población, la democracia electoral será precaria y manipulable”.
Y: “Hay otro elemento que nos conduce a pensar que el modelo autoritario no está cancelado en el presente, sino sólo en receso. El autoritarismo político tuvo siempre como correlato cultural al autoritarismo social (Dagnino, 1994), es decir, la existencia de una cultura que legitima las diferencias sociales, que internaliza los códigos que jerarquizan a las clases y los grupos sociales y los organizan en categorías con base en su pertenencia de clase, raza, género, región y país. Este autoritarismo social, de larga presencia histórica en la cultura latinoamericana, no ha cambiado en lo sustancial en la actual ola democrática, y por tanto puede afirmarse que no se ha puesto fin al sustrato cultural principal del autoritarismo”.