sábado, marzo 10, 2007

Bush y Dal Masetto

El hombre que se encontrará con Calderón en Yucatán es el responsable de, al menos, tres mil soldados norteamericanos muertos y, sólo en 2006, más de 16 mil víctimas iraquíes. Nosotros, por lo general ajenos a genocidios de ese gran nivel, ignoramos la envergadura real de tamaños crímenes. Pero el escritor ítalo-argentino Antonio Dal Masetto, quien vivió de cerca los horrores de una dictadura, ha escrito un relato titulado “Recordar”, donde de una manera ilustrativa, casi tangible, nos pone en claro lo que significa liquidar a tantos seres humanos de un jalón. Por cuestiones de espacio, abrevio mucho su contenido y ahorro mi moraleja, el justificado odio que genera la presencia del texano en América Latina:
“Recuerdo cierta noche de verano de 1985 cuando en un bar del Bajo, desde otra mesa, alguien me pregunto: ‘¿Leyó el Nunca más?’. La voz pertenecía a un anciano que tenía un cuaderno abierto delante de él (…) Dijo: ‘Registran 8960 desaparecidos, hombres, mujeres y chicos, casi 9000, pero seguramente son muchos más y es probable que jamás se sepa la cantidad real’. Yo asentí. El anciano insistió. ‘¿Esa cifra le dice algo? ¿Sería capaz de imaginar 9000 pares de zapatos?’ ‘No, creo que no podría’, dije. El anciano se concentró un momento en su cuaderno y volvió a hablar. ‘¿Sería capaz de imaginar 9000 cuerpos?’ Dudé nuevamente, contesté: ‘Tal vez pueda imaginarse una concentración de 9000 personas vivas, en una plaza, en la calle, en una cancha de fútbol, pero no de otro modo’. Y el anciano: ‘Estuve haciendo algunos cálculos. Intenté pensar en 9000 cuerpos acostados en el suelo, uno a continuación del otro, la cabeza de uno contra los pies del siguiente. ¿Tiene idea de que distancia podrían llegar a cubrir?’ ‘No podría decirlo’, contesté. ‘Supongamos que colocamos el primer cuerpo justo en la entrada de la Casa de Gobierno a partir de los dos granaderos, y desde ahí hacia el oeste, todos los demás (…) ¿sabe adónde llegaríamos?’ ‘No lo sé’. ‘¿Quiere seguirme en el recorrido?’ Asentí. El anciano: ‘Avanzamos por la Plaza de Mayo, bordeamos el monumento a Belgrano (…) alcanzamos la Avenida de Mayo; y siempre la cabeza de uno contra los pies del siguiente, ¿me sigue?’ ‘Lo sigo’ (…) ‘Cruzamos Segurola y ya estamos a la altura ocho mil quinientos (…) ¿me estuvo siguiendo?’ ‘Lo estuve siguiendo’. ‘Este trayecto y un larguísimo tramo más es lo que se podría cubrir con 9000 cuerpos’. A esta altura el anciano calló. Se sostuvo la cabeza con ambas manos, se dobló sobre la mesa y era como si realmente lo hubiese desecho el esfuerzo de esa caminata. Eso es lo que recuerdo de aquella noche”.