lunes, enero 29, 2007

Un Garfias recobrado

Traigo íntegra una “grata”, como les decían endenantes a las cartas, de mi amigo Paco Valdés, el ambientalista cuya aportación periodística aparece aquí al ladito, a mi izquierda [en el periódico La Opinión Milenio]: “Como bien sabes, el gran poeta salmantino Pedro Garfias vivió brevemente en Torreón a finales de los 50s. Yo tengo una vaga memoria de él como un señor que se reía muy fuerte y, como niño de 5, 6 años me parecía muy chistoso y me contagiaba la risa. Quizá se fijó en mi memoria por la cercanía de su apellido con ‘Capitán Garfio’. Muchas mañanas y tardes de mi infancia las pasé en las tertulias de los refugiados españoles en el Apolo Palacio. Me llevaba ahí Maria Luisa Celorio, republicana exiliada, maestra y directora de la Alianza Francesa y mi madrina de bautizo, mayormente conocida como ‘Madame’”.
Luego de esa entrada, Paco añade: “Encontré en algunos papeles viejos de mi padre el siguiente poema, impreso en una tarjeta que en la portada simplemente dice ‘Adiós y gracias’”. Lo que viene a continuación es una maravilla. Ignoro si este poema de Pedro Garfias es conocido o no, si alcanzó a recogerlo en sus obras completas. Es lo de menos. Lo de más es que entre Paco e Isabel, su hermana, lo hallaron entre los papeles de don Bulmaro y aquí está, para deleite del lector actual. Busqué en la cómoda Wikipedia algunos datos sobre Garfias; dice allí que nació en Salamanca, España, el 27 de mayo de 1901, y que murió en Monterrey, México, el 9 de agosto de 1967, o sea que este año se cumple su cuarenta luctuoso. De la enciclopedia internética traigo este anómalo comento, donde el trago y el periodismo parecen dos vicios útiles para la evasión: “Cantor de Stalin como su prologuista Juan Rejano y demás demócratas defensores de la Cultura, acabó refugiándose en el periodismo y en el alcohol”. He aquí el poema de Garfias que me mandaron Paco e Isabel:

“Señora de Siller, Madame y Salvador...
—pongan aquí su nombre mis amigos—
Sería imperdonable, enumerándolos
caer en un olvido.

Los que lean estas líneas
saben a quienes me dirijo.
Aquí la voz que alimentó mis sábados,
aquí la casa abierta, el trigo limpio,
la mano franca y generosa, el gesto,
la paciencia de Dios y el buen estilo.

Todo para un poeta viejo y triste,
alcoholizado y mísero y maldito,
con un doble dolor sobre los hombros:
el reconocimiento y el despido.

Despedirse,
arrancarse la piel, casi es lo mismo.

Pobre de mi voz última,
tartamudeo, olvido.
Mi voz futura ha de quemarse
solapara cantaros y para sentiros.
—Los que lean estas líneas
saben a quienes me dirijo—

Os debo un homenaje.
Aceptad mi palabra.
No he de morirme, sin rendíroslo.

Pedro Garfias / Torreón, 1959”.